Es como si estuvieras viviendo tu vida plácidamente en cada una de sus rutinas como un ritual repetitivo donde no hay sobresalto, no hay sorpresa y si hay bastante comodidad, y de repente los espacios no son iguales, el tiempo no es el mismo y cada repetición del mismo suceso y patrón resulta más rara que la anterior.
Lo que una vez era cómodo y familiar es ahora raro, y ahora late en los pies la pulsión de moverse al encuentro de algo...algo que va a suceder...algo que entre la suerte y el destino (que no son sino otro nombre para partes del sí mismo) vas a hacer suceder.
Erial es una canción que vino de la sensación prevalente de que algo iba a hacer suceder. No podía anticiparse muy bien que iba a ser eso, pero el sonido vino como oleadas de esa sensación una y otra vez, a veces como algo erótico relacionado con el potencial de todo aquello que no es, pero que podría ser cualquier cosa.
Supongo que fue natural igualar esa sensación a esa milésima de segundo en el que algo decidió adentro que me gusta alguien y me paro a observar la potencialidad afortunada y al mismo tiempo fatal de esa decisión:
“No voy a mentir, puede que estallemos y yo me diluya en ti. No voy a mentir, puede que te empuje y aun quieras volver a mi”
Observar el potencial como a un pozo hondo es hermoso.
Como un cero que es nada y a la vez es todo. Observar ya es estar haciendo algo. Mi mirar al pozo en asombro y complacencia ha sido tocar el bajo con cada uno de sus rituales de práctica, esfuerzo y estrategia.
Hacer música, tocar con otros, escribir canciones desde niña, tocar con otros, practicar 6 horas diarias para tocar con otros.
La música es un ejercicio colectivo, y qué dicha...pero en el pozo también estaban mis canciones. La anticipación y la pulsión.
Y entonces como a un beso, hice suceder a Brina Quoya...
"...si sientes mi corazón, te llama. Si te quiero como al fuego, cuánto tardas en arder?”
Continuará...